Cerca del lugar donde se han recuperado los entierros de adultos, los arqueólogos levantaron tres metates que servían de sello a un pozo vertical de 1,5 metros, de forma cuadrangular, que es la entrada a la tumba de tiro.
Dentro de la tumba, en ambos lados de la bóveda de un radio aproximado de dos metros, se encontraron acumulados los huesos de una o dos personas que debieron ser puestos en su interior en un momento previo y que posteriormente removidos para colocar a otro personaje.
El entierro principal se encontró en una capa inferior de la excavación, recostado sobre su dorso.
La pieza sobresaliente del hallazgo es la figura del chamán que mide aproximadamente medio metro de alto, una pieza que fue “matada” de manera ritual, por lo que antes de situarse en la entrada de la tumba fue rota intencionalmente; de ahí que el personaje sólo porte el mango de su arma y a su tocado le falten detalles como un cuerno.
En el interior de la cámara, revueltos con los restos de personas se identificaron dientes de perros.
De acuerdo con la antropóloga física Rosa María Flores, “las imágenes propias de la tradición de tumbas de tiro constituyen un retrato más humano de los ancestros prehispánicos; por ejemplo, el rostro alargado de la escultura del chamán revela que algunos individuos de este desarrollo cultural eran sometidos a prácticas de deformación craneana”.
Por lo regular estos espacios funerarios se han asociado a la élite, pues sólo ésta contaba con el poder y los recursos para erigir este tipo de construcciones, además otro marcador de estatus son los elementos que se depositaban como ofrenda, incluidos algunos perros como guías del alma en el inframundo. EFEFuturo